viernes, 21 de diciembre de 2012

Mis muertos vivientes

Alguna vez, al dar un rodeo para evitar el cementerio, el abuelo Heriberto me dijo: “No tenés que tener miedo de los muertos che ra’y, de los vivos lo que no hay que descuidarse, esos lo que son peligrosos”. Crecí con ese des-temor a los difuntos y aprendí a convivir con ellos, tanto que mis abuelos maternos ya no están pero seguimos hablando de ellos en presente, y de vez en cuando, al regresar al pueblo, con algunos primos, nos acercamos a merendar con ellos, sobre las baldosas de su tumba. Incluso alguna serenata les ha caído. 

Este año de finales de mundo, algunas de mis referencias personales y culturales se fueron por el sendero de lo irreversible. Y aunque Eduardo Galeano diga que"vivir es una costumbre mortal", nunca terminamos de acostumbrarnos, tal vez porque siguen inquietándonos con su legado. Si bien la pálida dama fue prolífica en el 2012, me gustaría hablar de tres personas, porque me tocan, porque me siguen latiendo con sus ideas, broncas y afectos. 

La logia de Luque o en lo de Chester
Lo conocí a mediados de los ’90 cuando él coordinaba una radio comunitaria en la ciudad de Luque, una ciudad marcada por el rock y el fútbol (amén de ganarse  la chapa de “ciudad de la música y la artesanía"). El primer día de conocerlo me invitó a su casa, y poco tiempo después, con mi grupo de teatro juvenil y otros tantos adolescentes nos hicimos parte de esa pequeña comunidad que se había montado en su morada. Me sorprendió la cantidad de libros en la casa. Su sala estaba llena de anaqueles, con los más diversos y hasta “raros” ejemplares. Su fascinación por lo oculto, por las logias secretas nos sacudía la cabeza. Fui descubriendo al músico, al viejo rockero (esos que nunca se jubilan), al artista plástico. Compartimos campamentos, críticas, incluso argelerías

Lo último que descubrí de él fue su vena literaria. Lo leí y de entrada me gustó, tanto que después de 5 o 7 años volvimos a retomar contacto gracias a las nuevas tecnologías y le pedí sus textos. Me mandó un libro de cuentos en digital. Le pregunté si pensaba publicarlo en impreso y me respondió: “Para qué, así nos ahorramos matar árboles y en digital, con un solo click viaja a la velocidad de la luz por el mundo entero”. Así sonaba Chester Swann, al que su nombre de bautismo, Celso Abel Brizuela, le resultaba muy real para el mito urbano en el que se convertiría. Un mito que atravesó generaciones y al que hace unos días muchísima gente lloró y expresó su pena, tanto en su funeral como en las redes sociales. Murió siendo un rebelde de 70 años, siguiendo con su moto, guitarra al hombro, las sendas marcadas por sus creaciones, como aquella memorable canción en la que decía: “Pobres gusanos, yo no me arrastro, puedo volar”. 

Mateo, el habitante de la niebla
El primer encuentro fue en Chile, en un festival de cuentacuentos. Compartimos escenario y desde aquel día seguimos transitándonos como coleguitas, unidos por el cordón umbilical de la narración oral. Éramos una especie de amigos itinerantes, nos encontrábamos físicamente en los viajes y encuentros cuenteros. Su bogotana estirpe de sobretodo oscuro y cualidad gris contrastaba a veces con la hilaridad de sus historias personales y sus rollos (más íntimos). Un freak en toda regla, coleccionador compulsivo de cómics y  enorme contador de historias. 

Alexander Díaz Gómez, su nombre, aunque para todo el mundo siempre fue Mateo. Emprendedor empedernido: “El cielo es el límite, papá”, decía cuando soñaba e ideaba proyectos. De gustos finos y ocurrentes ocurrencias. Una vez le comenté que iba a viajar a París; me mandó una lista de sitios a fotografiar en la ciudad de la luz. Una vez allá, con una guía amiga fuimos descubriendo que estábamos haciendo fotos de casas, fachadas, bares y locaciones de la película Amélie, una de sus favoritas y de la cual  yo también era devoto. Cuando llegué a Bogotá y le entregué las imágenes en papel, le espeté: 

—No me dijiste que era la ruta de Amélie, compa.

Me respondió con un guiño detrás de sus anteojos de Jhon Lennon. 

—Ese era el plan, papá, que descubriéramos juntos esa ruta, como cómplices conectados a tu cámara. 

Hace dos meses que se fue a buscar la “niebla benévola”, como llamaba al más allá, un sitio siempre presente en sus espectáculos y textos. No pudo editar su último libro, con un título premonitorio: “Catalejo en la niebla”. Me había pedido que le prologase la edición europea pero nunca salió. De ese inédito material, rescato este fragmento de un hasta luego...

             Tal parece que ahora soy yo el que levanta la mirada y entona un cántico de despedida parcial. 
         ¿Duermes? 
         ¿Duermes despierta? 
         ¿Sueñas....? 

En Itá esculpió su lucha, como los guerreros imprescindibles 
Celso Bazán era un hombre unido a su muleta, como dos alas, con las que voló por sobre la desidia y la ignorancia y creó hace más de 30 años una escuela de música. Un luchador de los que se encuentra uno en un millón, de los verdaderos revolucionarios, combatiente de la vida. 

Lejos del ruido farandulero de la capital, empezó enseñando música bajo un árbol, hasta que poco a poco, con la ayuda de alumnos, padres y madres, fue construyendo su sueño, a pulmón, ladrillo a ladrillo. Hoy, en la escuela Herminio Giménez de Itá, ya no llega Celso con sus viejas muletas, pero en los pasillos, en el patio, bajo los árboles, niños y niñas crean, ensayan, escriben. Niños y jóvenes sin ninguna posibilidad de acceder a formación artística alguna, estudian danza, música y construcción de instrumentos. 

Lo conocí muy poco, pero tuve la posibilidad de colaborar con él y su proyecto de festival internacional. Me comentó que en muchos casos, él pagaba de su sueldo parte del salario de algunos docentes y otros gastos corrientes. Y lo hacía a pesar de que en su casa andaban con los justo, casi poco. La imagen que me guardo de él es su catre de reposo, las muletas de madera, y una inabarcable sonrisa cuando hablaba de música y de la realización de su sueño: Que muchos niños sientan la belleza de la vida por medio de la música. Y vivir dignamente de ello, también.


                                             ...y navegas como un ángel / con muletas como alas.