viernes, 31 de agosto de 2012

Haciendo tiempo con Juan Rulfo*


En medio de la ebullición futbolera por el clásico Madrid- Barcelona que ocurriría al día siguiente, tuve que hacer tiempo antes de tomar mi autobús para volver a Sevilla donde resido. Y por esos azares de la vida me topé con la siguiente propuesta cultural: “Juan Carlos Rulfo: Inéditos”, al ver que era gratuito “hasta completar aforo” sin leer mucho de que se trataba decidí acudir a la cita para saber algo más del escritor mexicano.

La cita audiovisual comenzaba a las 19:30 en Casamérica de Madrid, en el ciclo Los martes del Documental. La anfitriona de la de la tarde, Alicia Luna presentó al director, un tal Juan Rulfo, o mejor dicho,  Juan Carlos Rulfo, nada más y nada menos que uno de los hijos del creador de Pedro Páramo y el Llano en llamas. Ahí recién entendí que no se trataba de un homenaje más, sino que tendríamos la posibilidad de que nos cuenten en primera persona, consanguíneamente, algo sobre uno de los maestros de las letras latinoamericanas (luego me di cuenta que no fui el único sorprendido e ignorante de la existencia del Rulfo hijo, el director de cine).

El cineasta comentó algo de lo que se vería a continuación e invitó al auditorio a un diálogo posterior a la proyección. Se apagaron las luces y encendimos la imaginación con los tres documentales, en una sala para 90 personas y que estaba al límite de sus capacidades. Los trabajos exhibidos fueron: Luvina (1996), El llano en llamas, 50 años (2001) y Con los ojos de Juan Rulfo (1995). Tres visiones, tres historias contadas por Juan Carlos Rulfo, en las que nos acerca, muy de cerca, a su padre, su vida, su obra y las leyendas que se tejen a su alrededor. También nos desvela una faceta muy poco conocida del escritor: el Juan Rulfo fotógrafo.

Convercineando

Después de la muestra, el director de cine se sentó ante el auditorio secundado por la anfitriona, quien hizo de moderadora. Allí empezó una charla sobre el cine documental y la necesidad de contar lo que está pasando en el mundo, o en su caso, en México.

Consultado acerca de si hay más intuición que guión armado, Juan Carlos Rulfo dijo que en sus trabajos “no hay guión”, porque es la gente, los personajes los que le han guiado la historia. “Voy al lugar, empiezo a conocer a la gente y a partir de eso voy armando una pequeña historia, una característica de los personajes”, explicó  el cineasta; además mencionó que para conseguir fondos uno tiene que armar un proyecto creíble con un guión y demás, pero que en la realidad sus documentales toman forma a partir de salir al campo a producir, a hablar con la gente  y a grabar. “A veces juntas a dos de esos personajes y empiezan a conversar entre ellos, sobre lo que ellos vivieron, y se entablan unas conversaciones fantásticas, el hecho de oírlos conversar o cómo platican es riquísimo”, comentó, fundamentando su labor como el que escucha y luego plasma en un documento audiovisual esas situaciones.

 Lo anterior se nota y mucho en su trabajo. Las imágenes, las voces y los ánimos de sus documentales nunca pierden esa mirada tranquila sobre situaciones de la vida de la gente contada desde la misma gente, con sus acentos y sus humores, ya sea de los pueblos de Jalisco (El llano en llamas, 50 años) o de la gran ciudad, como se ve en su premiado documental “En el hoyo”, que muestra la vida de los trabajadores de la construcción en Ciudad de México.

Entre preguntas y respuestas se fue acabando el encuentro ya al filo de las diez de la noche y abandonamos la sala con el gusto de compartir con un cineasta sencillo, próximo, cercano. Fue una enriquecedora manera hacer tiempo antes del viaje, junto a Juan Rulfo. Así conocí  un poco más al escritor, al padre. Y descubrí al hijo cineasta.

Ambos nos dan cuenta de su riqueza artística y mediante ella nos recuerdan que las desgracias del ayer nos siguen azotando con sus injusticias de hoy,  porque en Latinoamérica pareciera ser -como dijera Rulfo durante la charla-  que “los círculos nunca se cierran”.

*Artículo publicado en la sección "Crónicas Migrantes" en http://www.apeparaguay.org/py/ en abril del 2011.

jueves, 23 de agosto de 2012

Los oficios de la vida

Aquel día el viento norte del Chaco aturdía más de la cuenta pero no amainaba el calor ni el sopor de la espera en la cola de migraciones y aduanas. Cuando le tocó el turno a mi amigo el colombiano, que por haber nacido donde nació, parece que mereciera una revisada general para luego preguntarle a qué se dedicaba y a qué venía al Paraguay, por parte de la autoridad.

La respuesta sonó tan desconcertante al uniformado...

—¿Qué? ¿cómo?

—Cuentero soy, como le dije.

—¿Cuentero..hee?

—Sí, cuento cuentos, a eso me dedico y vengo a un festival de cuentería en Asunción.

—Pero no pue chamigo, eso pio existe... vos me querés joder hina arma.

—En serio y si no me cree le puedo contar un cuento.

—¿Heee? Ehh, no sé, este...dale contá entonces, pero esperá que llamo a mis camaradas...

Y así fue que mi amigo, el cuentero colombiano, sedujo a los milicos con sus historias y le sellaron el pasaporte. Sorprendidos, lo despidieron con un "heita cuentero, pe aña mechu", una expresión en  guaraní y castellano, entre burla, festejo y admiración.

Unos años después, ya en Sevilla, me llevaron a un espectáculo de micropoemas y música. Fui nomás sin complejos (y sin tener idea alguna). Salí encantado, porque Ajo (así se llama) la micropoetisa, nos embrujó esa noche con sus versos mínimos y su canalla actitud en el escenario.

Así como aquella calurosa tarde en el Chaco paraguayo, esos milicos supieron lo que era un cuentero, aquella noche sevillana descubrí lo que es una micropoetisa. Y de carne y hueso.


Javier Tauta, el colombiano, contando cuentos en un colegio en Santaní, Paraguay (foto del autor, 2007)

martes, 14 de agosto de 2012

Ñomongueta* en el metro de Madrid


Coincidiendo con los días de júbilo por la aprobación de la Ley de Lenguas en Paraguay, me tocó hacer una función de cuentos para niños y niñas en CasAmérica de Madrid. El título del espectáculo era justamente en guaraní: ¡Cháke Mbói!

El día anterior había estado en la boda de un amigo paraguayo, que durante la fiesta me demostró su alegría y a la vez su nostalgia en el idioma autóctono que compartimos, más aún siendo yo lo más parecido o cercano a un familiar con el que contaba en ese momento (y eso que no somos ni vecinos).

Me alojé en el piso de un ex compañero de teatro al que no veía hace unos 8 años y además de compartir mate para amainar el frío madrileño, nos sumergimos en recuerdos y en largas conversaciones en jopara (esa mezcla de castellano, guaraní y vaya uno a saber qué más) con algunas especificidades que solamente tiene el guaraní, sobre todo cuando recordamos picardías o nos adentramos en el mundo de los afectos.

El día de la función tuve que ir corriendo a buscar mi maleta de cuentos y anduve por varias horas y trayectos en metro, esa culebra subterránea que surca las entrañas de Madrid. En los cuatro días de la gira madrileña viajé metido durante mucho tiempo bajo la gran ciudad. Y allí, en las profundidades de la capital española pude notar el mosaico de culturas, de sonidos, canciones y pasiones en multicolor. Entre ese mbaipy multicultural mi oído pudo destacar nítidamente el sonido preciso, la cadencia y la intensidad del guaraní en boca de algunos de los miles de paraguayos y paraguayas que viven en esa gran ciudad. En cada estación, en cada vagón en el que subía y del que bajaba se producía un ñomongueta ameno, a veces criticón, otros en el que se deslizaban las penurias de vivir lejos de la tierra propia (aunque no tuvieran ni un metro de tierra en Paraguay).

Hugo, que llegó de Fernando de la Mora a España a trabajar “de lo que sea”, me contó que al principio no sabía cómo reaccionar ante un mundo tan diferente al suyo, se relacionaba con la gente solo mirando, estudiando la situación. “Hasta que me di cuenta que podía relacionarme con la gente de acá de igual a igual, y a base de conversar, de chocar, fui entiendo la dinámica de las cosas de acá”, me cuenta entre mate y mate. También dice que escucha música paraguaya (tiene disco de los Corales, Ñamandú, Vocal Dos…) habla constantemente en guaraní con su pareja que también es paraguaya,  e integra un grupo de danza folklórica.

Así como Hugo, como Zulma o Nadia, que asistieron a la función de cuentos, en un solo fin de semana pude sentir, palpar y sobre todo escuchar historias, vivencias contadas en guaraní o en jopara y recordé que alguna vez alguien me dijo: “fuera de nuestras fronteras, el guaraní no sirve para nada”. Y casualidades de la vida, fue una de las personas con las que me encontré por acá hace poco, y cuando nos vimos por primera vez, me recibió gritando:

_ ¡Ha upéi che kape!
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*Conversación, cháchara.

Texto publicado en la sección CRÓNICAS MIGRANTES en www.apeparaguay.org, en febrero de 2011.

Zulma y Lucía, paraguaya y madrileña, compartiendo cháchara en el metro madrileño (Foto del autor).





miércoles, 1 de agosto de 2012

El palabrista


En una plaza de Chiquinquirá, Colombia, tiemblan los versos del poeta  local Julio Flórez (1867-1923) en la garganta de un hombre. Parece una postal de antaño, una estatua erguida sobre el ladrillo de la acera. Y sin embargo se mueve, recita a lo alto, baraja libros en una mano y abre invitante la otra para seducir a las palomas.

Con esa cualidad de malabarista va desgranando estrofas de este rincón del mundo, en las alturas de Boyacá. Mientras la gente transita en cotidiano rito, él sigue lanzando maíz a las aves y versos al viento:

"cuando lejos, muy lejos, en hondos mares,
en lo mucho que sufro pienses a solas,
si exhalas un suspiro por mis pesares,
mándame ese suspiro sobre las olas"


Foto del autor